La cultura se volvió corazón

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En un inolvidable documental cubano, Por primera vez, de Octavio Cortázar, se narra el modo en que los niños serranos, tras el triunfo revolucionario, asistieron al descubrimiento de esa maravilla llamada Cine, hasta entonces desconocido por la parte más pobre y olvidada de Cuba.

La contundente magia del Séptimo Arte, con un Chaplin, fabuloso como siempre, haciendo reír a niños y adultos desde una pantalla enclavada en el rústico territorio al que había llegado el cine móvil, fue otra prueba de lo que aspiraba el proceso revolucionario con los “condenados de la tierra”, como los llamó el ensayista francés Francis Fano

Recuerdo haber leído, hace ya varios años, una experiencia semejante a esta, pero desde la pantomima y el teatro, por el maestro Julio Capote, quien también monte y loma adentro,  fue a llevarle una muestra de intensa y necesaria cultura a quienes residían en parajes muy distantes de los centros donde bullían las salas teatrales y los eventos culturales de todo tipo

En esta misma cuerda, cómo no recordar el papel extraordinario de Sergio Corrieri y su madre, la actriz Gilda Hernández, en la fundación del Teatro Escambray, única posibilidad de que campesinos, muy preteridos por la República burguesa, disfrutaran de la magia del arte de las tablas.

Teatro Escambray fue un proyecto nacido en 1968, cuando en las lomas espirituanas había terminado la pesadilla de las bandas contrarrevolucionarias, dispuestas a liquidar, a sangre y fuego, cualquier proyecto educativo o artístico del nuevo gobierno.

Pancho Amat, el virtuoso tresero de Guira de Melena, recordaba a raíz de ser homenajeado en el primer festival Artemisa Mestiza que su instrumento gustaba acomodarse a las exigencias de los espacios más impensables y humildes de cualquier país, no solo de Cuba, y que en ellos había encontrado admiración y respeto por su obra.

Por estos días, la historia – con sus obvias diferencias – parece repetirse de algún modo: la cultura ha debido viajar con carácter urgente hacia esos espacios donde, como en la más exquisita sala de conciertos, se le reclama, reconoce y aplaude.

No hubo mucho que explicar. Los creadores cubanos, a la manera de Julio, Sergio, Gilda y de miles como ellos en estos 63 años, respondieron con urgencia a ese reclamo vital, doloroso y esperanzador.

Cuando conversé con la actriz Malawi Capote (hija de Julio en ADN y corazón)  y  el músico Rolando Méndez sobre el paso de Ian por las provincias de Artemisa y, sobre todo, Pinar del Río, estos mostraron  absoluta disposición para llevar su arte a las regiones devastadas.

Pero también otros creadores, artemiseños o cubanos en general, no solo confesaron semejante intención, sino que la pusieron en práctica desde su propia pie

Ha sido creíble semejante actitud. Ahí están las fotos y los hechos para probarlo. Fotos y hechos  que hablan de la sencilla generosidad y la entrega de nuestros artistas, famosos o desconocidos, multipremiados o no, quienes, tal como en la célebre canción de Fito Páez, han ofrecido su corazón para que todo no esté perdido. 

Ha sido duro, durísimo, para cientos y cientos de seres humanos, contar la agonía que debieron vivir con el paso y tras el paso de Ian. Ablandar la verdad, contarla de modo más indulgente para ser digerida mejor, sería irrespetuoso con quienes lo perdieron todo. Sin embargo, también –y gracias al arte- los he visto reír.

 Y a veces, como en aquel célebre documental de Octavio Cortázar, los he visto reír muy alto. Ahí, seguramente, radica unos de los grandes remedios que el arte honrado aporta al hombre en trance difícil. 

Tomado del artemisadiario