Se trata de una realidad que debe enfrentarse a partir de la articulación del pueblo con las organizaciones y las instituciones del Estado.
Se trata de una realidad que debe enfrentarse a partir de la articulación del pueblo con las organizaciones y las instituciones del Estado.
Menudo «ornamento» el que le ha nacido ahora a las ciudades cubanas. No es nuevo, cierto, pero como nunca antes se manifiesta con tal diversidad de formas y estilos, que raya en el eclecticismo. Sin embargo, es lo subjetivo y no lo tangible, lo que da a nuestras colas una lamentable peculiaridad: el laberíntico entramado de personas ha sacado a la luz contravalores que nada tienen que ver con los principios defendidos por la sociedad cubana.
Allí pululan elementos que se valen de carencias y necesidades puntuales, para ejercer todo tipo de actividades económicas ilícitas, con modus operandi que van desde la especulación y el acaparamiento, hasta la venta de turnos o los insultos e indisciplinas para provocar caos y desorden.
No es un fenómeno local, ni siquiera territorial, ocurre en todo el país y reclama de un enfrentamiento efectivo, contundente y, sobre todo, con articulación entre el pueblo, las organizaciones y las instituciones estatales.
COLEROS: ¿HASTA CUÁNDO?
La cola se alarga y se enrosca como un majá. Dobla por la esquina, llega a la otra cuadra, vuelve a doblar y vuelve a enroscarse. Hay colas porque hay coleros, y necesidades y carencias en la oferta de un mercado duramente golpeado por la crisis internacional generada por la pandemia y un bloqueo que acentúa esas dificultades.
Casi al principio de aquella serpiente sin final, un hombre alto y fornido, que ha comprado un recipiente con 20 litros de aceite, intercambia con la combatiente del MININT.
—¡Oiga!, yo no he vuelto a entrar a la tienda, le dice.
—Es la segunda vez que entra, le comenta la oficial, quien desde horas tempranas organiza la entrada a una de las tiendas de la cadena Caracol.
Fue un intercambio breve, con medias tintas, mientras el hombre se aleja de la tienda con los dos porrones de 20 litros. Eso sucedió en Ciego de Ávila, pero pudiera ser en cualquier otra provincia.
Escaseces aparte, algunos de los productos que generan una mayor demanda como el pollo, el aceite o el detergente, se expenden con mucha regularidad, cabría preguntarse entonces: ¿por qué cada día las colas son mayores?
Desde el territorio avileño Alejandra Sánchez manifiesta que ha sido muy buena la idea de realizar las ventas por consejo popular, circunscripción y los cdr, una experiencia que contribuye a que las personas que trabajan tengan mayor posibilidad de adquirir los productos.
«Con los coleros, los revendedores y acaparadores hay que acabar, porque ellos enarbolan la bandera del descaro y se aprovechan de las personas que no podemos hacer nuestras compras en las tiendas. Hace un momento llegué de la cola del aceite y no pude coger nada», expresa Antonia Sánchez, una septuagenaria que vive en el poblado de Gaspar, municipio de Baraguá.
Para la tunera Iris Posada Gamboa, la situación es muy lamentable. Vive sola con su madre anciana y enferma y, lógicamente, se siente desarmada frente a esos elementos inescrupulosos. «Es muy difícil, siempre ve una las mismas caras cuando llega a una cola. Yo sé que se han tomado medidas, pero no están siendo del todo efectivas. Son productos que necesitamos, y yo misma no tengo poder adquisitivo para acceder a los que revenden después en las calles».
Una historia similar la sufrió en dos ocasiones Liceida López –madre de dos pequeños– en el Guararey de Pastora (complejo comercial del oeste de la ciudad de Guantánamo). «Pasan vendiendo detergente a sobreprecio; aceite a cien pesos el litro, paquetes de pollo, que cuestan menos de cuatro cuc, a diez cuc; yo he tenido que comprarlos, al no hacerlo en la tienda. ¿De dónde salen esos productos?».
Salen del esfuerzo de un Estado que se ve obligado a comprar a terceros, que no tiene acceso a muchos de los mercados más importantes del orbe, que sufre la persecución de sus inversiones y que ve deshechos con frecuencia, a causa del bloqueo, algunos de sus más importantes acuerdos comerciales.
Desde Holguín, Karen Lam Estévez opina que «los coleros son como una plaga, pues están en todas las tiendas donde venden los productos de primera necesidad. Dicen que hacen colas porque les sobra el tiempo al no tener vínculos laborales. Tienen cierto grado de organización, lo que les permite coordinar lo que hacen. Por lo general saben cuándo y qué van a ofertar los comercios y eso da por pensar que tienen contactos en los establecimientos. Hay que emprender acciones más severas para que dejen de abusar de la población».
Abuso, es el término más apropiado para describir su conducta, a lo que se pudiera añadir falta de escrúpulos, nula conciencia, individualismo y ambición.
NO SIEMPRE EL QUE MADRUGA…
«Yo creo que en este fenómeno, como en otros que se dan en nuestra sociedad, no se puede generalizar –comenta la tunera Mislenis Morales Sao– porque no todo el que madruga es un colero, ni lo hace con intención de negociar o de revender. Lo que sucede es que si uno sabe que hay un producto, a veces la única alternativa es dormir en el lugar, porque de lo contrario corres el riesgo de no alcanzar».
El tema de las madrugadas infructuosas lo han vivido miles y miles de cubanos porque, aunque abandonen la cama sin haber podido casi calentar las sábanas, los «expertos en colas» les quitan la oportunidad de comprar.
Así le sucedió a la guantanamera Yunia Matos Romero, quien no oculta la indignación después de la mala noche y una mañana perdida. La enfermera de 45 años se levantó a las tres de la madrugada; dejó solos a su anciano padre y a su pequeño de diez años, y fue a hacer la cola; al llegar al lugar (calle 18 norte, esquina al 4 oeste, ciudad de Guantánamo) había menos de 15 personas. «A las ocho de la mañana empezó a llegar gente y a ponerse delante, ahí empezó lo peor». Ante los cuestionamientos de otros que habían amanecido allí: «lo siento; vine ayer y marqué diez turnos; yo hice lo mismo», dijeron varios en tono desafiante; «por supuesto, tenían la lista de Alibabá».
Su coterráneo, Carlos Alberto Medina Leguén, sufrió algo parecido, pero en la sucursal de Fincimex. Hasta allí acudió a media madrugada, a marcar para la solicitud de una tarjeta ais. Cuando llegó, «había allí ¡seis mujeres cuidando cien turnos!» (la entidad atiende 50 clientes por la mañana y 50 en la tarde). «Amanecí, pero no alcancé ticket, y allí mismo hubo un individuo ofreciéndome uno en cinco CUC; le di la espalda y me fui; eso es un descaro».
Una dependienta de la tienda en cuc El Níquel, (quien pidió que su identidad fuera preservada) afirma: «Los coleros son los dueños de las listas, venden los turnos y compran productos para revender. Hubo una ocasión en la que la tienda sacó lavadoras, costaban 192,85, pero enseguida aparecieron a 380 cuc en los sitios de venta de Facebook, como Revolico. Se ha tratado de regular a los coleros y revendedores con la aplicación informática que registra el carné de las personas que compran, pero les han encontrado la vuelta. Vienen acompañados por familiares o amigos y hasta por personas a las que les pagan».
NUEVAS TIENDAS: LAS MISMAS COLAS
En este periplo de Granma por el complejo entramado de las colas, otro detalle saltó a la vista: aunque son de reciente creación y responden a una estrategia del país para la adquisición de divisas, las tiendas en mlc también están incluidas en el oscuro terreno donde se mueven coleros, devenidos acaparadores y revendedores.
La joven tunera Mairelys Ugarte Cruz no lo ha sufrido en carne propia, pero asegura que personas conocidas por ella han tenido que pagar hasta 25 CUC o más por un turno para acceder a estos establecimientos. «Esto se tiene que acabar, no es posible. Allí también están utilizando sus artimañas».
Es verdaderamente alarmante, pero al escuchar la vivencia de la holguinera Louisa Pérez a cualquiera se le ponen los pelos de punta. «Mi esposo y yo, al conocer que habían sacado split en la tienda en MLC de Cimex, nos presentamos allí. Pero al llegar nos dijeron que ya se habían vendido los seis ofertados. Nos dijeron que para adquirir el equipo debíamos ver al organizador de la cola, un señor debajo de un árbol, en un área cercana al establecimiento, y que el turno valía 20 dólares. Ante esa situación nos quejamos, pero nos dieron una información poco convincente.
«Al salir de la tienda, los mismos que compraron los seis equipos nos los ofertaron. Nos percatamos de que todos los split eran de una persona, comprados con una misma tarjeta. Revisamos en Facebook sitios como Ventas Holguín y Revolico Holguín, y vimos que los spliteran de la misma marca de los vendidos en el día. Los proponían distintas personas, pero al llamarlas, tenían la misma dirección».
Lo más preocupante está en que este fenómeno afecta el bienestar de cada uno de los cubanos.
En medio de la escasez y un bloqueo que la incrementa, no hay una fórmula ideal para acabar con las colas, aunque algunos de los interpelados por Granma aparenten tener la vara mágica para exterminarlas. Pero nada justifica que los inescrupulosos «coleros» pretendan lucrar a costa del pueblo trabajador y de los esfuerzos de nuestro Estado, en tiempos de COVID-19 y más allá.
GRANMA
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